EL ESTAFADOR #177: MORE CRISIS

25/09/2013

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Bernat Solsona

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Hace un tiempo oí al economista Gay de Liébana hablar de que la actual crisis no iba a ser una crisis en «V». Una de esas crisis de la que tal como caes vuelves a subir. Más bien iba a ser una crisis en «L», o sea, que si la miras en un gráfico, así desde la distancia, ves como caes hasta abajo y luego te arrastras como puedes por una meseta infinita. Hoy, me parece que esto de la «L» ha sido la bandera de los que están vendiendo la sanidad, la educación y la justicia. Cuando lleguemos al final de la meseta ya no habrá nada de esto. Seremos más pobres y no tendremos estado de bienestar. Miestras tanto en Alemania, Merkel arrasa.

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Iñaki San Miguel

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Javi Cejas

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Carlos de Diego

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Alexandra Chaves

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Sistema de Monos

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Nosotros hemos estrenado este dibujo y texto hoy, pero Banda Jachís se adelantó al tema presentando la semana pasada su videoclip «C.R.I.S.I.S»: http://youtu.be/Uhf_9_tM9DU

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Federico Montalbán

More Crisis

Tal y como explica el guionista Jonathan Hickman en Avengers vol. 5, #9 USA (junio de 2013), los rasgos que muestran las especies en evolución son: conciencia de sí mismas, autosustento, autorreparación, reproducción, comunicación, evolución (es obvio) y autodefensa. Pues bien, la burguesía adquirió conciencia de sí misma en algún momento indeterminado de la Historia, tal vez alrededor de la Revolución Francesa, uno de sus momentos de gloria. Conviene aclarar, tal vez, que por burguesía no debe entenderse al ejército de paletos que aspiran a comprar más, a tener más, a presumir más, sino a aquellos que han ascendido a lo alto de la cadena trófica a base de devorar aristócratas y proletarios.

La supervivencia de la burguesía siempre dependió de la violencia, una violencia calculada y cruel, en constante innovación y progresión geométrica pues la consigna del capital es solo una: MÁS. Para desprenderse de incómodas limitaciones morales, o simplemente humanas, los burgueses comenzaron a desarrollar una técnica de crianza de sus descendientes basada, por así decirlo, en la programación adecuada de la máquina corporal y anímica. Los burgueses nunca tuvieron problema en experimentar primero con ellos mismos: las técnicas de manejo de masas fueron antes ejercicios de disciplina y autocontrol. De la misma forma que los padres de algunas islas de los Mares del Sur acunan a sus hijos en hamacas que se balancean como las barcas que luego deberán pilotar, los burgueses hacen crecer a sus hijos en tanques de privación sensorial. No es una metáfora: líquido a temperatura corporal, silencio, oscuridad, soledad. Bastan unas pocas sesiones en estas cubas de deshumanización para que los pequeños depredadores enloquezcan, pierdan todo resto de empatía, olviden que solo pueden ser en relación con otras personas y estén dispuestos a lo que sea con tal de evolucionar, autodefenderse, reproducirse. MÁS.

Así, convertidos ya en adultos y habitando la frialdad de sus despachos, pueden tomar decisiones en las que el resto somos meras hormigas vistas desde lo alto de la noria, simples numeritos con los que hacer cuentas y cuadrar balances.

Surgen entonces algunas preguntas: ¿acaso no hay otras especies humanas, clases sociales si se prefiere, en evolución? ¿carecemos de conciencia de nosotras mismas? ¿cuándo nos defenderemos?

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Pedro Strukeljicon vacio EL ESTAFADOR #167: ESCUELA PÚBLICAicon facebook estafa EL ESTAFADOR #167: ESCUELA PÚBLICA

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Juanfran Molinaicon facebook estafa EL ESTAFADOR #167: ESCUELA PÚBLICAicon vacio1 EL ESTAFADOR #167: ESCUELA PÚBLICAicon twitter estafa EL ESTAFADOR #167: ESCUELA PÚBLICA

Miradas paralelas

Dani decidió dedicar sus veinte minutos libres de la mañana a pasear, necesitaba reflexionar, soltar lastre, desahogarse en la medida de lo posible. Estaba hasta las narices de los problemas que se sucedían en el estudio. Odiaba las sorpresas, lo sobrevenido. Llevaba ante su mesa toda la semana enfrascado en un diseño que no terminaba de salir, sobre todo por los contradictorios y vagos cambios solicitados a última hora. Para colmo el cliente, generalmente simpático y prudente, se había convertido de buenas a primeras en dibujante, y no paraba de enviarle correos electrónicos con bosquejos de ideas mientras inundaba la bandeja de entrada del de su jefe metiendo prisa. Para más inri, Laura, con quien habitualmente estaba de acuerdo, comenzaba a sacarle de quicio. Desde el lunes no hacía más que pincharle, exponiendo sin recato dudas acerca de la viabilidad de su proyecto. Por si fuera poco, había dejado sobre su mesa, junto al lapicero, un libro de autoayuda; la broma no le hacía ninguna gracia. Laura, la chica de las indirectas, qué aguda; como el día que le regaló delante de todos por su cumpleaños una corbata que sabía que jamás sería usada.

Marisa acababa de salir de la consulta del médico con su hija. La cabeza le iba a estallar, la niña se había pasado toda la mañana protestando y chillando. No hubo manera de pesarla ni medirla en condiciones; el doctor, que qué bien que cobra, apenas pudo reconocerla. Y todo eso después de perder la mitad del tiempo en la sala de espera, ojeando montañas de horrendas y desbaratadas revistas de tendencias y vigilando a su inquieta hija con un ojo que se iba a salir de su órbita.

Se sentó en un banco del pequeño parque, estaba agotada, entre unas cosas y otras no había pegado ojo. Mientras la niña trasteaba con delectación en su gran bolso, siempre repleto y desordenado, Marisa cerró los ojos. Necesitaba relajarse, y para ello nada mejor que pensar en su trabajo de ilustradora, su gran pasión. Regodearse en los nuevos proyectos que pululaban aquí y allá. Calcular dimensiones, mezclar colores, imaginar escenas. Repasar mentalmente tareas pendientes, llamadas que hacer, libros que revisar.

Abrió los ojos y vio a un chico que la observaba con ojos tristes; parecía treintañero, como ella. Estaba algo rechoncho y tenía el pelo desaliñado. La verdad es que no mostraba un aspecto demasiado aseado que digamos. Llevaba un gastado bolso de cuero en bandolera, presumiblemente superviviente de mejores tiempos. Los bajos de los anchos pantalones color beis rozaban el suelo, de ahí que estuvieran tan desgastados y deshilachados. La camisa de cuadros embutía su cuerpo, lo constreñía. Probablemente había engordado y no tenía ni tan siquiera el ánimo suficiente como para renovar su vestuario. Pobre.

Dani se sentó en un banco escondido del parque a meditar un poco más y hurgarse cuidadosamente la nariz. Sabía que su teléfono móvil comenzaría a crepitar en pocos minutos y quiso tranquilizarse un poco. Resopló y escondió la cara entre sus regordetas manos, respirando pausadamente. Al final cerró los ojos y casi se duerme.

Abrió los ojos y vio a una chica que le estaba mirando con disimulo, parecía desesperada, una de esas desesperaciones sordas que solo se manifiestan en una mirada penetrante y algo ida. Tendría treinta y tantos, como él. Ojerosa, daba la sensación de estar consumida por los nervios, y tenía el pelo recogido en una cola que se lo tensaba hasta la exasperación. Denotaba poco interés por conservar un atractivo físico que sin duda existió en momentos más felices. Parecía limpia, pero aburrida y triste, con ese vestido largo y desvaído y esas sandalias tan desgastadas. Las uñas pintadas de negro y el tatuaje que le pareció apreciar en un tobillo, se le antojaron un grito, el grito de la chica guapa y segura de sí misma que un día fue, pero que ya había desaparecido. Su amplia camisa blanca con flores, así como mejicana, tenía sin duda la misión de ocultar un cuerpo joven pero ajado por el sufrimiento y los golpes de la vida. No daba la impresión de tener ningún tipo de ilusión. En los minutos que llevaba enfrente de él ni siquiera se había dignado a mirar a su hija, pobre niña, que jugaba ausente con el bolso materno, acaso buscando un entretenimiento que ocupase el vacío al que su progenitora la condenaba.

Ambos volvieron a mirarse fugazmente y se levantaron casi a la vez. Sin el menor gesto de saludo ni de despedida abandonaron el parque, tomando caminos opuestos. Unos metros más allá, se aferraron excitados a sus móviles y se dispusieron a teclear al mismo tiempo sus sentimientos en dirección a las redes sociales: “Acabo de ver la viva imagen de la crisis, y es desoladora”.

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Iñaki San Miguel

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3 Comments

  1. Pilar dice:

    Iñaki: Muy bueno el tema de los grillos que inteligentes son.

  2. Sobre la ‘Editostafa’, esto es una ‘L’ pero minúscula.

  3. iki dice:

    Gracias Pilar! Ese nombre… de Zaragoza?