05/12/2012
Nos decidimos a tratar de nuevo el tema de los desahucios tras haber hablado de los embargos en nuestro número 133 porque sigue siendo un asunto sin resolver en nuestro entorno, producto de leyes hechas por políticos siguiendo las órdenes de los verdaderos dueños del estado en España, la banca, los mercados y las grandes corporaciones. Una ley hipotecaria que deja a cientos de familias sin hogar mientras miles de pisos siguen vacíos, propiedad de los bancos. Una gran vergüenza en un país cada vez más cochambroso gracias a nuestra clase dirigente. Y a todo esto, mientras escribo este editorial, el ministro de educación, señor Wert, sale de nuevo con una reforma educativa más a la derecha que nunca y al expresidente de la CEOE (Confederación de Organizaciones Empresariales) Díaz Ferrán lo detienen por presunto choriceo. Lo dicho, esto empieza a oler a una especie de mezcla entre humedad rancia y podredumbre. Cochambre.
Javirroyo
La rabia
«…la rabia dame o te hago la guerra,
la rabia todo tiene su momento,
la rabia el grito se lo lleva el viento,
la rabia el oro sobre la conciencia…»
Silvio Rodríguez, en Días y flores.
Marieta va en el bus con sus amigos del instituto, como si no pasara nada, como si eso que crece en su pecho no se pareciera a un animal herido y rabioso. Esa misma mañana su madre y ella se quedaron sin casa. Así, como si nada. La semana pasada le tocó a una vecina, fue un escándalo porque la encontraron muerta dentro del piso, y amurallada. Y sola, solísima. Triste, tristísima.
Observa a sus compañeros entre las carcajadas y el alboroto adolescente, le gustaría decir en voz alta que no tiene ganas de reírse, que no tiene mundo porque no tiene techo, que su madre estará buscando algún rincón en casa de alguien para guardar lo que quede del desahucio. Pero en cambio juguetea con un boli azul entre los dedos, grita y hace ruido porque quiere amansar a la fiera. Marieta no le encuentra sentido a quejarse, de manera que intenta apaciguar a la bestia con unas risas nerviosas. Todos ellos tendrán un plato caliente esperando esa noche en su mesa. Ella no sabe siquiera dónde servir su angustia, ni con qué aderezarla.
El animal salvaje sigue creciendo en el fondo de su pecho, se aturde con el hormonal alboroto adolescente pero no deja de gruñir.
Una mujer en el bus se queja: adolescentes alborotadores y desconsiderados; que hacen mucho ruido, dice, que molestan a los pasajeros, le parecía a ella. Los cuatro jóvenes, envalentonados porque no están solos, la rodean.
¿Pero de qué coño habla esta mujer?, chilla Marieta, ¿no sabe que se acerca el fin del mundo? Alentada por las risas que celebran su ocurrencia, deja que el odio que la empuje. ¿Es que no ve a la bestia que brinca en su pecho lista para despedazar lo que tenga enfrente?
Marieta tiene unas ganas enormes de darle un bofetón, de gritarle que se calle, que se esconda, que cierre los malditos ojos de una puta vez, que si ella no tiene nada tampoco deberían tener algo los otros. La rabia en la punta de los dedos de su mano derecha que ahora es la garra de la bestia, clava, certera, la punta del bolígrafo en el ojo izquierdo de la mujer que no calla.
La bestia, apaciguada, mastica un globo ocular, no hay ruido ya, pero siguen los desahucios.
La banda de los desahuciadores nunca fue desmantelada. No había líderes y no había modus operandi. No había discurso organizado ni eventos en facebook. Solo existía una idea-acción que se extendía sin cesar, arrastrada por la corriente del río subterráneo de rabia que inundaba el país. La idea apareció en un panfleto fotocopiado que se repartió por varias ciudades al mismo tiempo. Lo firmaba el Comando Karlsruhe, en referencia a los sucesos acaecidos en esta localidad alemana: un tipo que iba a ser desahuciado mató a la antigua propietaria de la casa, al nuevo dueño, al procurador y al cerrajero. La idea era muy simple y se podía leer encabezando un texto que, si no fuera porque se antojaba una asincronía muy evidente, parecía estar escrito a máquina. Desáhucialos tú. Eso era.
Primero, la sede de una antigua caja de ahorros amaneció destrozada. Después, la furgoneta de una cerrajería saltó por los aires. Varias casas de directivos de bancos recibieron el impacto de cócteles Molotov. Algún cuerpo apareció bocabajo en el río. La banda de los desahuciadores actuaba como una Hidra. Si detenían a uno, aparecían cinco más, o cincuenta. No había forma de detenerlos.
Llegó el día en que ardieron más casas de banqueros que personas fueron desahuciadas. A la mañana siguiente, las cosas empezaron a cambiar.
Sonrisa
Siempre he sido una persona sonriente, no lo puedo remediar. A lo largo de los años es algo que me ha granjeado no pocas ventajas (salvo aquel equívoco que me costó el puñetazo), pero últimamente no trae más que desgracias a las desgracias. La noticia del desahucio ha sido, sin duda, lo más duro que me ha ocurrido en mi vida, que desde hace demasiados años no es más que una cuesta arriba sin sentido, sin final. Salarios cada vez más bajos, peores contratos y condiciones de trabajo que tenía que asumir con gesto humilde y agradecido, inestabilidad laboral y una hipoteca que amenazaba mes tras mes hasta que finalmente nos ahogó. Desempleo, intereses, penalizaciones, cantidades que se multiplican, deudas que surgen sin saber de dónde; ayudas, prestaciones y servicios públicos que han formado parte de nuestra existencia que desaparecen de un día para otro, y, finalmente, la imposibilidad real de afrontar los pagos. Mi mujer y los niños en casa de mis suegros y yo con mi madre, avergonzado y hundido. Pero, aún así, la sonrisa vuelve, no lo puedo evitar.
El día del desahucio yo no quería estar allí, prefería llevarme las cosas un par de días antes y abandonar la casa. Punto. Pero mi mujer me dijo, entre amenazas de divorcio y llanto, que había que luchar, plantar cara, hacer frente común para presionar al gobierno y a los bancos. Atraer a los medios y responder al apoyo de los manifestantes que acudirían. Estuve allí, claro, triste, violento, expuesto y abatido, abrazado a mis hijos que lloraban; pero casi al final, cuando pasó un antiguo amigo, no pude reprimir una sonrisa al saludarle que sorprendió a todos.
Se acerca la Navidad, evidentemente el peor momento de todo este proceso, al no poder ofrecer a nuestros niños ni tan siquiera un hogar propio para recibir y jugar con sus regalos, que serán muchos menos que el año pasado. El programa de la tele, en un acto revolucionario, quiere dedicar en Nochebuena un buen rato a hacer conexiones con familias sin hogar que pasan tan señalada fecha en casas de familiares o incluso refugios. No han hecho casting (sería algo horrible, desde luego), pero sí entrevistas previas a muchas familias. A través de una asociación mi mujer consiguió que nos visitara una reportera del programa. Durante la conversación, tremendamente emotiva, no pude contener algunas sonrisas, e incluso al final solté un inesperado chiste; todos se rieron, pero no nos volvieron a llamar. Mi mujer me ha comunicado esta mañana su intención de divorciarse a primeros de año. Todo por la sonrisa.
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