26/12/2012
Existe una modalidad de ritual genérico que se llama Cenas Familiares. Es ritual porque se celebran en fechas muy concretas y su desarrollo se repite en millones de hogares del mismo modo y con actores que también se repiten. Es un auténtico juego de rol del día de la marmota. En todas nos encontramos con el cuñado plasta que sólo habla de su trabajo y que a todo tiene una respuesta, al sobrino insoportable, a la cuñada que no encuentra trabajo, pero tampoco lo busca, al familiar que saca el tema de política de turno (éste cambia en función de la familia, así que no le asignamos parentesco) y a los extras, que son los que no hablan mucho y aguantan las respectivas brasas familiares. A este ritual entrañable y empachante le hemos querido dedicar este número de EL ESTAFADOR, justo entre la cena de Nochebuena y la de Fin de año. Que aproveche.
Javicenas
Celebration
Como todo el mundo sabe, las cenas familiares son una estafa, es un secreto a voces, pero todo el mundo lo sabe. Planificadas desde las mejores intenciones, con bambalinas, comidas suculentas, exquisitos postres y un mayor o menor grado alcohólico, las cenas familiares están llenas de puñaladas traperas, de lecciones que cuelgan en la punta de la lengua, de rencores mal perdonados, de fantasmas y de antiguos secretos de familia.
Una curiosa serie de personajes las pueblan: padres y madres, tíos, abuelos, hijos, sobrinos, cuñados y amigos solitarios. También están los recién llegados, de esos que llaman familia política, no me extraña que así la llamen dada la similitud que tienen algunos miembros de esta familia no consanguínea con la clase política.
Detrás de las sonrisas, como nubes grises, van los besos, halagos y abrazos trasnochados. Al fondo se esconde una luna llena de pensamientos que de cobrar voz harían del sueño una pesadilla. Todos los temores, complejos y soledades, desfilan en una pasarela en cuyo final mueren degollados. Lo que la tía sabe del hijo de su hermano que ignora lo que este hace, pero no lo que su cuñado oculta; lo que esconde la hilera de dientes que enseña a carcajadas el adolescente; lo que la hermana piensa del hermano; lo que el abuelo espera de sus nietos, ya no más de sus hijos; lo que el hijo mayor sabe que ya no podrá lograr pero que sus hermanos aún intentan; lo que se espera; lo que se calla; lo que se exhibe; lo que se halaga; lo que se ignora; lo que se da; lo que no; lo que se siente y lo que no.
Ya sé que hay familias peores, precisamente eso es lo que me aterroriza.
Cena familiar
La cena transcurría en silencio ante un árbol de Navidad que hacía años que se guardaba con los adornos colgados, tras apretones de manos dubitativas, medias sonrisas, mensajes velados y abrazos que permitían mirar qué había en la tele mientras duraban. La cena transcurría en silencio tras la risueña discusión inicial acerca de la manera más conveniente de pelar las cigalas y colocar los cubiertos. Los platos pasaron de mano en mano y el vino de 36 euros la botella fue recibido con vítores y escrutado con exceso de interés o desinterés. Los móviles de última generación se alineaban protagonistas en la repisa que rodeaba la televisión, desde la que el Rey lanzaba su mensaje anual totalmente atenazado por parecer natural. La cena transcurría en silencio mientras el funcionario se consideraba víctima de la crisis por haber visto su sueldo recortado y sus planes de gastos navideños chafados (secretamente se alegró de que ningún funcionario fuese a comprar en esas fiestas vino caro del que vendía la culpable empresaria). La cena transcurría en silencio y la cabeza de la empresaria ardía mientras pensaba en las deudas que le acechaban y en el sueldo fijo del culpable funcionario, por el que no parecían pasar ni los años ni los acontecimientos. La cena transcurría en silencio mientras el parado se sentía culpable y culpado mientras calculaba escandalizado el coste de lo que circulaba por la mesa, y observaba apenado la soledad del coqueto pastel de carne hecho por él mismo que era su aportación anual. El fragor de los cubiertos aligeraba el peso del silencio cuando la chica de catorce años suspiraba por fumar y su primo de veinte maldecía a los presentes por su incapacidad para cambiar las cosas. El padre culpaba al parado y escanciaba palpando su dolor de estómago, y la madre sonreía y apretaba manos aquí y allá. En el momento del brindis estallaron todas las copas.
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