23/01/2013
Probablemente muchos cargos del PP, cuando Bárcenas les daba sobres con billetes de dinero más negro que el carbón, pulsaban su particular I Like cerebral y notaban un cosquilleo desde los genitales hasta lo más alto de su corrupto cerebro. Probablemente la amnistía fiscal del gobierno tuvo más Likes inmorales (incluyendo el Like Barcenario) que el nacimiento de Milan, el hijo de Piqué y Shakira. Probablemente, mientras tanto, los millones de ciudadanos españoles estaban dándole al Like en fotitos de gatos, de familiares, de videos de Youtube musicales, de la última ocurrencia de Juan Pelanas…
Todos los Likes son diferentes, cada uno va cargado de los anhelos, la ética, la moral, la forma de pensar y de consumir de quien lo genera. En definitiva de la forma que cada uno tiene de entender el mundo a golpe de Like. Y todos ellos juntos, exceptuando los Likes cerebrales de nuestros políticos corruptos, son pasto de información buenrrollista vendida a peso a las empresas anunciantes de Facebook (algunas, seguro, pertenecientes a los misma casta de corruptos). Y así el ecosistema de los Likes se cierra.
Hoy, en EL ESTAFADOR, contamos con la incorporación de un nuevo autor: Can Kente. Esperamos que lo disfruten. Y pónganos un like, ande, por favor.
Javilike
Para los que tienen guitarra y boca y nunca se equivocan porque no saben lo que dicen ni quieren que nadie los entienda, «Canto en inglés», de Los Nikis: http://youtu.be/kpUvqOqZfC8
I clic you
Todo se soluciona en un clic. Clic, clic, clic, estoy a un clic de distancia, de aparecer y desaparecer, del todo y de la nada, and I like it that way. Como quien hace malabarismos en el puente de Londres, que está a punto siempre de caer, o de arder, o de quebrarse. London bridge is falling down, falling down, falling down…
Todo lo que encierra un clic: la distancia, el agrado, el sarcasmo, el estoy aquí, el compromiso, el desapego, el nótame, el no me jodas, la admiración, la curiosidad y el infinito, la repulsión, el acuerdo, el aburrimiento, el te vi y el quiero verte.
Irónicamente, a ti y a otras 22.511 personas os gusta esto.
Ailaik la ladrona
Ailaik estuvo a punto de preguntar una vez por el sentido de su nombre pero, en el último segundo, se mordió la lengua y guardó silencio. Prefirió conservar la certeza de que, además de las razones que sus padres pudieron tener, había un motivo especial, un motivo que le concernía solo a ella. Que la llamaba a cumplir con la consigna marxista de no ser nada y tener que serlo todo.
Ailaik distingue tres momento en su vida. El primero de felicidad absoluta, el segundo de felicidad parcial y el tercero de infelicidad (aunque, en momentos de optimismo aristotélico, lo define como felicidad en potencia).
-Felicidad absoluta: periodo comprendido desde el nacimiento hasta un momento indeterminado, siempre antes del año de vida postuterina, en el que la vida es una unidad, una unidad conformada por ella, exclusivamente ella.
-Felicidad relativa: periodo comprendido entre el final del periodo anterior y el inicio del siguiente. Durante este periodo, Ailaik sabía, mejor: intuía, que alguien había roto la vida en miles de trozos pero ella disfrutaba todavía de las infinitas virtudes de la infancia.
-Infelicidad (o felicidad en potencia): periodo comprendido entre el final de la felicidad relativa, esto es: la apropiación de la Dominación de las virtudes infantiles, y, posiblemente, la muerte, suceda esta de forma natural o accidental (Ailaik desconoce dónde, de estas dos categorías, colocar el suicidio).
Ailaik sabe que el periodo de felicidad es un periodo que exige ser superado. Esta superación es su proyecto vital. Ailaik pretende volver no al periodo de felicidad relativa sino al de felicidad absoluta. Para ello estableció la subjetividad como estrategia y el delito como táctica. Ella volverá a ser el centro de todo, lo será todo, y para conseguirlo, destruirá el mundo que la rodea o, al menos, le mostrará todo su desprecio.
En comisaría temen los frecuentes momentos en los que Ailaik es detenida y alguien tiene que interrogarla. Ella se limita a responder las preguntas que le hacen con frases que a los policías les suenan a chino:
Solo el proyecto originario de Marx, la creación del hombre total (en mi caso, mujer, salta a la vista), del individuo reapropiándose toda la experiencia de la especie, puede superar el dualismo individuo-contra-sociedad mediante el cual el poder jerarquizado se mantiene unido mientras nos separa a unos de otros.
El robo es un derrocamiento sumario de toda estructura del espectáculo; es la subordinación del objeto inanimado, cuyo libre empleo se nos impide, a las sensaciones vivientes que puede despertar cuando se juega imaginativamente con él en el marco de una situación concreta.
La socialización no ha llegado a asfixiar completamente la voluntad de vivir. Esta se manifiesta con más violencia cuanto más se la reprime; así, la conculcación de las pulsiones sexuales crea a Jack el Destripador, así como la mercancía-fetiche crea a Ailaik la ladrona o el queso produce los gusanos.
Ailaik consigue que todos los policías que se encuentran a menos de un kilómetro a la redonda se sientan profundamente idiotas, cosa, por otra parte, tautológica donde las haya.
En todo caso, y a pesar de su apabullante arsenal teórico, Ailaik delinque porque le gusta. Es así de sencillo.
(Las cursivas están sacadas de “La revolución del arte moderno y el moderno arte de la revolución. Sección inglesa de la Internacional Situacionista” y “En el caldero de lo negativo”, ambos publicados por Pepitas de calabaza.)
Ciberinteracción
En aquellos años no hubo poder, público o fáctico, que se resistiera a la llamada “ciberinteracción”. Consistió en el traslado a la vida cotidiana del “Me gusta” que se podía pulsar en algunas redes sociales. Algo absolutamente revolucionario, la “democracia real”, bramaban en las tertulias. La idea fue importada por algunas grandes superficies: tras pagar las compras realizadas, cada cliente tenía la posibilidad de presionar un coqueto botoncito con la leyenda “Me gusta/I like”, ampliada o sustituida según las diferentes lenguas de España, pero siempre con su opción en inglés y el posterior añadido en japonés, alemán, chino, etc.; hasta ofrecer a cada consumidor toda una alegre y luminosa botonera.
Los distintos gobiernos se precipitaron y zancadillearon para disponer este servicio en sus diferentes instalaciones y sedes. En algún caso, para una misma gestión el atribulado ciudadano tenía la opción de teclear los botones colocados por las tres o cuatro administraciones que habían intervenido en una misma tramitación (UE, Estado, CCAA, ayuntamiento…). Y pronto surgieron desestabilizadores rumores sobre las concesiones de los contratos de instalación de los interruptores.
Algunos sectores se resistieron al principio, pero cuando comprobaron que jamás se pondría a disposición la opción “no me gusta”, accedieron. Así se sumaron los bancos, aseguradoras, hospitales, colegios (sólo en inglés por lo de la segunda lengua y con un botón gigante en educación infantil, que los niños empujaban como divertimento una vez a la semana); las empresas para conocer la opinión de sus empleados, que podían ejercer esa facultad justo después de fichar, o incluso las comisarías, cuarteles y templos de las diversas religiones (o eso se decía).
A veces se pulsaba o no por sentido de la responsabilidad o por compromiso, otras por interés, venganza, miedo o desidia; en ocasiones como boicot o para ejercer presión política o laboral. La naturaleza humana, en su complejidad, sobrevolaba esos refulgentes pulsadores. Pero, en el fondo la gente, siempre tan fatalista, dudaba de la eficacia de aquellas botoneras, que incluso llegaron a venderse como regalo para niños pequeños o como procaces artículos de broma. Sobre todo cuando se supo que toda la información así recogida terminaba en el mismo edificio.
© 2024 EL ESTAFADOR | Theme by Eleven Themes
Leave a Comment