17/04/2013
En México la llaman cruda, en Chile caña o hachazo, en Ecuador, chuchaqui, en países como El Salvador, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Nicaragua o Panamá, la conocen por goma. Ratón en Venezuela, guayabo en Colombia, ch’aqui en Bolivia, suape o jumo en República Dominicana y sí: estamos hablando de ella… La que se materializa cono un ladrillo después de una noche de fiesta sin fin, de alcohol y jarana: La resaca (para españoles, argentinos, uruguayos y peruanos), internacional como ella sola.
Javirroyo
La fractura venezolana
Dudar sin morir en el intento
Es muy grave que la herramienta por excelencia —léase periodismo— para informarse de lo que pasa en el mundo esté tan parcializada, que sea realmente difícil entender cualquier proceso o evento que ocurra en algún punto alejado del entorno habitual de cualquier habitante del planeta.
¿En qué piensa un periodista cuando reseña una noticia? ¿Entiende que sus lectores, ávidos de entendimiento y de claridad, asumirán (por suerte no todos) que este ha contrastado su noticia? Yo creo que no sólo lo entiende sino que, lamentablemente, en la mayoría de los casos, lo utiliza. Los medios de comunicación, en su mayoría, tienen, cada uno, su postura ante un hecho concreto y tiñen la información de manera que sea imposible reconocer otro color más que el que interesa a estos que se vea.
Información y opinión parecen haberse fusionado en “comunicación”, mientras que antes se mostraba un sólo hecho acompañado con opiniones diversas, ahora los hechos parecen distintos en cada medio, como si se hablara de realidades distintas.
En Venezuela, por ejemplo, el tinte habitual de las noticias depende del bando en el que se encuentre quien reseña. ¿Cómo entender un proceso tan complejo, leyendo una noticia, sin tomar en cuenta la postura, oficialista u opositora, de quien la genera? Después de las elecciones del 14 de abril, el caos parece haberse adueñado del país caribeño. Por un lado, Nicolás Maduro se asume ganador con un pequeñísimo margen (si lo comparamos con resultados electorales anteriores), pero ganador, al fin y al cabo. Por el otro, Henrique Capriles llama a la ciudadanía a levantarse y exigir un recuento de los votos, poniendo en duda la veracidad de todo el proceso. De la que es muy válido dudar, dicho sea de paso.
Es poco probable que haya existido un fraude electoral, puesto que de haberlo, el margen de ventaja anunciado seguramente habría sido bastante menos discreto. Eso sin contar que la Fundación Jimmy Carter ha avalado en repetidas ocasiones los procesos electorales venezolanos, de manera que Maduro no debería temer al recuento de votos que, según el CNE, lo declara ganador; y en cambio debería demostrar esa dignidad que dice tener. Quizá el voto en el extranjero marque la diferencia, quizá no. Lo que sí está claro es que si el pueblo exige recuento, así habría de ser.
Surgen preguntas en distintas direcciones: ¿por qué Capriles se lanza, a pocas horas de haber concluido el proceso electoral, a enardecer a las masas, a sabiendas de que ya están bastante encendidas y que, además, esto puede ser peligroso? ¿Por qué Maduro acelera su proclamación oficial como presidente? ¿Por qué hay cientos de testimonios de cajas con papeletas de votación quemadas, en la basura, desaparecidas? También me pregunto si alguien ha contrastado que sea real… ¿a nadie se le ha ocurrido que esto podría ser un montaje? ¿Y por qué el oficialismo se niega al recuento de votos? ¿Por qué hay tan poca gente que duda de ambos bandos? La mayoría de las personas asume que su opinión es una verdad absoluta, niega cualquier postura contraria a la suya.
Maduro no hace honor a su apellido: es un político inmaduro, con pocas tablas y poca vista, su relativo éxito se lo debe a la herencia del presidente Chávez, con quien dice mantener algún tipo de comunicación de ultratumba que le inspira. No estaría de más que cambiara al pajarito por un buen consultor en comunicación política.
Por su parte, Capriles parece haber perdido el contacto con la realidad de los ánimos del país que pretende presidir: para empezar es impropio de un presidenciable el comportamiento conspiranóico que detenta, en un juego político que luce bastante torpe, lo que va a conseguir es endiosar a su contrincante y llevarlo a los altares de la política.
Se diría que tanto Capriles como Maduro olvidan que el pueblo venezolano consiste en la unión de todos los venezolanos, no sólo de quienes les apoyan. A Capriles no se le debería olvidar que los “chavistas” son parte del pueblo a quien pretende servir. A Maduro no se le debería olvidar esto tampoco: los “escuálidos” son tan venezolanos como el resto. Los políticos son servidores, pero en el fondo no se asumen como tales.
Si la parte del pueblo que está en contra del oficialismo, exige un recuento de votos, ¿por qué negarlo? ¿para qué? ¿A Maduro se le olvida, acaso, que es el pueblo quien lo sienta en la silla presidencial? Lo mismo parece olvidar Capriles. Es curioso, opino, que a nadie se le ocurra pensar en que, sin importar en qué bando dicen estar, ambos políticos persiguen la silla presidencial, que se traduce en poder.
Yo creo que si se habla de derechos, cabe esperar que sean exigidos. Todos.
La polarización que vive Venezuela a día de hoy, pero desde hace ya bastante tiempo, ha creado una fractura en la sociedad que seguramente tardará bastante en sanar. La demonización de la izquierda, por parte de los opositores se hace tan absurda como la demonización de la derecha, por parte de los oficialistas. En Venezuela nada parece afín a la cordura en este momento. El diálogo, la empatía y la tolerancia lucen extranjeros. El fanatismo hace demasiado ruido.
Sin embargo, en algún momento hay que darle cabida a un proceso de conciliación. Las pasiones encendidas en torno a este tema matan cualquier atisbo de objetividad en las opiniones. Venezuela está fracturada, y la duda, que podría sanar esa herida, parece alejada de las masas convencidas todas de su verdad absoluta.
Ay, la resaca
Como en casi todos los eventos a los que asiste, en esta fiesta Manuel Peranda es una celebridad menor, pero celebridad al fin y al cabo, así que tiene un éxito relativamente aceptable. Se considera un hombre exitoso: relativamente alto, atractivo para la media, relativamente culto, carismático, relativamente rico, y con los escrúpulos al mínimo, como su cabello de corte perfecto. Manuel Peranda hace carrera política, se encarga básicamente de pisotear a todo el que puede mientras lleva en sus lomos el peso de quienes, a su vez, lo pisotean a él. «Es un buen sistema», piensa, cuando piensa.
Entró al salón y la vio: «¡vaya mujer!», se relamió, «esta es mía». Saludó aquí y allá, hizo un poco la pelota en algún grupo selecto y se la dejó hacer en otro que no lo era tanto. Un chistecillo oportuno aquí, una respuesta obligada por allá. A través de la embriaguez generalizada, no perdió de vista las curvas de su objetivo, quien a su vez le clavó un par de miradas que a él se le antojaron prometedoras. ¡Y vaya si lo eran! Hasta altísimas horas de la noche, cubata tras cubata, rematando con unas copitas de cava, y tras unos cuantos inteligentes juegos de palabras, e incluso posar juntos para el fotógrafo de algún periodicucho, lanzó la propuesta: «¿Nos vamos?». Ella pareció dudar, aunque seguramente ya lo había decidido: «Nos vamos», contestó con una sonrisa apretada en la voz.
La noche no pudo ir mejor, cualquier cosa que Peranda hubiese fantaseado al inicio de la noche, al amanecer, justo antes de cerrar los ojos, era ya un deseo satisfecho. Se sentía cumplidor: la llenó de besos imposibles, de caricias novedosas, de placeres recién inventados. Se entregó: le regaló confesiones, secretos y abrazos nunca antes dados. Esa mujer era ya suya, el último pensamiento antes de rendirse al sueño fue el eco de sus gemidos: después de aquello era imposible que esta presa se le escapara. Y más que presa se dijo que tenía cara de trofeo, de esos que se pueden exhibir y quedan bastante bien. «¿Señora Peranda?», se atrevió a imaginar, «bueno, habría que pulirla un poco antes».
La mañana llegó tarde pero contundente, el sol entraba por la ventana decidido a calcinarlo. Se despertó con parsimonia, olisqueó la noche de juerga en sus sábanas. Ella, ausente; él, halagado, supuso que habría ido a buscar el desayuno: «¡si es que es perfecta, coño!». Descubrió su móvil tirado en el suelo, descargado de la noche anterior. Lo enchufó; mientras bostezaba, indolente, el aparato emitía sonidos que anunciaban mensajes y alertas varias que iba ignorando una por una hasta que descubrió un mensaje de su asesor: «Joder, tío… dónde estás? Enciende la tele… o al menos entra al puto Facebook!».
Encendió el televisor, se buscó para encontrarse en menos de un minuto. La saliva espesa a juego con el alcohol que aún nadaba en su sistema circulatorio le hicieron replantearse la bebida, pero nada tanto como ver sus secretos expuestos como la ropa recién lavada en el tendedero a pleno sol. Mirando la pantalla, el dolor en su cabeza amenazaba con hacerse corpóreo, decidió que la resaca sólo sirve para darte cuenta de lo estúpido que puedes llegar a ser en medio de una buena borrachera.
Esta semana el dibujo es una excusa para poner el banner de abajo. Y el nexo de unión va a ser esta canción de Engendro, que habla de la resaca, donde canta el que canta en el grupo con el que vamos a tocar en unas semanas, acontecimiento que nos hace gran ilusión: http://youtu.be/n8wO-Tn4h_k
Os podéis descargar los discos del extinto engendro en su web: http://www.engendro.es
Resaca
Acabo de liarme un peta y me lo voy a fumar mientras bebo un poco de güisqui Hacendado. Tenía un amigo que bebía siempre güisqui, él escribiría whisky, de importación, en vaso de vidrio ancho, cubitos de agua de iceberg. Tenía otro amigo que amenazaba con partirnos la cara si volvíamos a gastar un solo euro más en agua. Y tenía otro amigo que se pasaba la vida cantando a Los Del Tonos: Soy un hombre enfermo la resaca es mi enfermedad. Mi primer amigo era idiota. El segundo un hydropathe de tomo y lomo. Yo me quedé en el punto intermedio que supone el güisqui Hacendado. Respecto al tercero, en realidad era yo.
Estoy fumando y bebiendo porque puedo, porque quiero y porque nadie me lo impide. Pero si tuviera que añadir un cuarto motivo diría que necesito pensar. Con claridad u oscuridad es lo de menos. Pensar me relaja pero necesito silencio en mi cerebro para hacerlo. De ahí el alcohol y el tabaco. Quiero pensar en lo que me ha llevado hasta este momento.
El punto de partida podrá parecer equivocado pero que me quede sin pulgares si miento: borracho no soy capaz de dormir más de cuatro horas. A las cuatro horas de reloj, me despierto y soy incapaz de volver a dormirme, si acaso, a saltos. Esto me provocaba unas resacas horribles. Para combatirlas, empecé a comer algo de glucosa (en la forma que fuese) antes de irme a la cama borracho. Pero no fue suficiente: el dolor de cabeza de la mañana siguiente era criminal. Tuve que tomarme un analgésico antes de dormir. Conseguí suavizar el dolor de cabeza de las resacas pero el mareo persistía. Añadí dos Biodraminas a la glucosa y a los analgésicos (que habían pasado de 650mg a 1g). Los mareos también se retiraron. Entre las cuatro horas de sueño y la Biodramina, al día siguiente parecía un zombi. Por suerte, los refrescos de cola y el café me espabilaban. La cafeína, además, me daba ganas de fumar. Y al fumar, se me disparaba el reflejo condicionado de beber. Entonces, me emborrachaba, de nuevo. Me vi envuelto en un círculo perfecto que me tiene convertido en un gordo, politoxicómano, alcohólico y con varios tipos de trastornos por falta de sueño.
Lo que quisiera ser capaz de dilucidar es: ¿no hubiera sido más fácil dejar de beber para combatir las resacas? Claro que, junto a esa pregunta, me surge otra: ¿qué necesidad tengo de estar pensando en esas mierdas cuando puedo tomarme otra güisqui con soda?
La resaca
Y en cualquier momento, el recuerdo se digna a aparecer con su cartografía convulsa, pinchando, abrasando el pecho; para terminar inundando los ojos, enrojeciéndolos. Al principio, las imágenes inician un ir y venir caprichoso, barajadas acaso por mi propia ansiedad. Aunque, finalmente, un día comprendí que lo que hacen es gravitar alrededor del núcleo de la felicidad, desarrollando un mecanismo de autodefensa para este pobre sujeto que escribe; meros prolegómenos que demoran el proceso para prepararme para el instante. Una antesala de conjeturas que se regodea en lo imposible: responder al cómo y al porqué llegué a vivir dentro de aquella misteriosa intensidad, a sabiendas de que nunca hallaré la respuesta; sólo un cambiante juego de reconstrucción al que le faltan piezas.
Después, siempre de forma inesperada por más que se le evoque, el recuerdo me asalta en todo su esplendor, agitándome, encendiendo y tensando mis sentidos. Pleno, rítmico y voraz. Con su desordenada música de roces, risas y palabras; con su raro color y sus imágenes de miradas y gestos; con su indescriptible y reconocible olor; con su tacto que quema y ahoga. Al recordar el sabor es cuando empieza a diluirse, despidiéndose con mordiscos en forma de dudas, volviéndose amargo en su inasibilidad, deviniendo reseco vacío; siendo un trozo de madera duro de tragar en los pocos segundos en los que se empeña en convivir con la realidad antes de desaparecer. Posteriormente, mientras se decide a volver, todo es resaca.
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