19/06/2013
Como es habitual en nuestra publicación, nos despedimos (haciendo así honor al tema) hasta septiembre de este año, porque los autores aquí firmantes, en verano nos dedicamos plenamente al turismo como trileros y a la investigación e innovación en el campo de las estampitas a pie de playa y chiringuito. También tengo el gusto de anunciar una nueva y brillante incorporación, el señor Iñaki San Miguel, un fichaje multimilllonario de última hora para EL ESTAFADOR, familiar (lejano) de Iñaki Urdangarín. Disfrútenlo, que tiene miga.
También, llegada esta época del año, la verdad es que hasta las palabras se me van yendo de vacaciones. La editorial me cuesta escribirla el doble porque no encuentro la mitad de ellas. Unas a la playa y otras a la montaña. Por ejemplo, ________ se fué a la playa y me dejó con el culo al aire cuando quería hablar de __________, así que ________ y _______ tendrían que _________ para poder ________ y al menos _______ el ___________. Bueno, espero que disfruten de este __________ especial despidos. _________y feliz __________. _________.
Javi_____
Conchupancia
—Pedro, hijo mío, tenemos que hacer una pequeña reducción de personal —dijo Dios a su fiel adlátere—: ¿qué te parece si hacemos que algún santo o arcángel caiga para después justificar el despido en masa de los ángeles rasos?
—Me parece bien, Señor… —contestó solícito San Pedro, y agregó—: mientras la sangre no me salpique.
—Que no, hombre, tranquilo —lo consoló—: tú eres de los nuestros. Además, será una medida temporal —y añadió—: llama al del sindicato.
—¿A su primo?
—Ni falta que hace mencionar el parentesco en voz alta, hijo mío, a ver si se van a pensar que hay algo oculto entre cielo y suelo.
En una reunión a puerta cerrada Dios y Diablo discuten sobre dónde dar primero. Los ángeles y diablos menores, ignorantes y felices, siguen en su labor diaria de ganarse el pan: unos jodiendo al prójimo y otros también. San Pedro, llaves en mano, custodia la entrada.
—¿Veinticinco por ciento de la plantilla? Joder, macho, ¿eso no te parece exagerado?
—¿Y desde cuándo te preocupas tú por el bienestar de las masas?
—No, si lo que me preocupa es lo mal que vamos a quedar, con los pocos devotos que nos quedan… después de esto no nos creerá nadie —dijo el Diablo a su primo—: a ver si vamos a tener que cargarnos a otro hijo de esos tuyos para pillar 2.000 años más de crédito.
—¡Pero si recortamos más nos quedamos sin hijos!
—No son recortes, son ajustes —puntualizó el Diablo. Dios, con una benévola sonrisa, asintió—: empezaremos apagando la luz al final del túnel.
Despedido
No tuve que hacer cuentas. Contaba cada día. En total fueron 43 años. Siete meses. 23 días. No los contaba como el que desea que llegue el tiempo de huir de su prisión. Y sí como el que acumula días de satisfacción y orgullo para recordarlos siempre. Era feliz en mi trabajo, maldita sea. La fecha fatídica fue el 19 de junio de 2013. Una hoja de servicios intachable no fue suficiente. Bastó un solo falló y se deshicieron de mí. Hasta hace poco me decían que era el mejor en lo que hacía, que no habían visto nada igual, que mi padre estaría orgulloso. Resultó que todo era mentira y que estaban deseando que cometiera el más mínimo fallo para darme la patada en el culo. Yo también pensaba que mi padre estaría orgulloso. Mi padre fue el que me enseñó todo lo que sé. Este trabajo no tenía secretos para él y me los desveló todos. Le gustaban las expresiones raras y las frases hechas. A la herramienta de trabajo la llamaba «arma reglamentaria» y recurría a menudo a la sabiduría samurai: «No es el arma sino el guerrero que la empuña». Y la empuñé como el mejor todo este tiempo. Hasta que tuve un estúpido descuido y esa niña idiota de las trenzas me arrancó la escoba, algo que no había sucedido antes, y consiguió un viaje gratis. Y me despidieron. ¿Quién voy a ser ahora si desde que tengo memoria he sido la bruja del tren de la bruja?
Una mañana espléndida
Bajó a la calle mirándose en el espejo del ascensor, silbando y alisándose el traje. Saludó y departió con el portero del bloque donde estaban situadas sus oficinas, en el centro de la ciudad: “el proyecto de sus desvelos”, como solía referirse a su negocio. Compró un billete de la ONCE y conversó con la vendedora, jugando a tirarle de la nariz por la ventanilla y guiñándole mientras le explicaba lo bien que vivía vendiendo los cupones, ahí sentadita. También compró flores y las guardó en su coche, que abrió con el mando a distancia desde cincuenta metros con gesto imperceptible. Tomó un café en el bar de siempre, e invitó a unos vecinos. Apeló a la seriedad en el trabajo y animó al hijo del dueño a que continuase con ahínco sus estudios (“la única manera de que te respeten y conseguir ser algo en la vida”). Antes de pagar aún tuvo tiempo de dar algunos consejos al propietario de cara a la declaración de la renta, y finalmente salió del bar despidiéndose efusivamente de la concurrencia y lanzando al aire pronósticos futbolísticos que a todos trataban de contentar. Con paso atlético se encaminó hacia el banco; ensayó la sonrisa ante un escaparate y se pasó la mano por el pelo antes de volver a alisarse el traje. Saludó con la cabeza a los empleados y alabó la belleza de la cajera desde su lugar en la cola. Después se aventuró a adular al interventor: moviéndose con paso sigiloso, acompañado de cierto toque mímico, se acercó a la columna que ocultaba una parte de su mesa cargando el antebrazo para un apretón cordial y sorpresivo de manos, avanzó con la mano abierta y el brazo medio extendido. Al rodear la columna descubrió que el asiento del interventor lo ocupaba el informático y en un segundo encogió la extremidad hasta hacerla desaparecer completamente. La sonrisa no tuvo tiempo y permaneció allí, colgando fría y húmeda. El interventor estaba reunido. De nuevo en la calle se dirigió al mercado a recoger el pescado fresco que le habían encargado en casa; esa noche tenían invitados: su asesor laboral y señora. Hacía una mañana espléndida, qué duda cabía. Mientras, en su oficina, la mitad de los empleados releían nerviosos la carta de despido que habían encontrado sobre sus mesas.
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Por dios, os habeis superado con el chiste del bañador JAJAJA.
Muy bueno el de la última cena……… soy los mejores. pero este gobierno debe estar sordo o …..
Ánimo, Javi, el próximo número te lo dibujas tu solo…
¡Feliz veranito!
Seguís bajando el nivel. Juegos de palabras sin gracia alguna. Qué pena.
¡¡Felices Vacaciones Gente de El Estafador!!