EL ESTAFADOR #175: GIBRALTAR

11/09/2013

Can Kente

No podíamos dejar pasar un tema que ha estado presente como una mosca cojonera todo el verano en España. Una bonita cortina de humo que ha tapado el caso Bárcenas durante todo agosto. Si tienes problemas de corrupción, qué mejor forma para que se deje de hablar de ello que hablar del terruño, de un peñón, de los colonos ingleses echando piedras con pinchos para que los pescadores andaluces no puedan pescar. Qué mejor forma que invocar la consigna mágina y ultranacionalista del Gibraltar español. Una brasa. Mientras tanto, nosotros nos tomaremos una relaxing cup of café con leche en Gibraltar. O en Ceuta. O en Melilla.

Javrialtar

Javirroyo

Juanjo Sáez

Rubio

Javirroyo

Javi Cejas

Iñaki San Miguel

Xavier Águeda

Nomdenoia

Francisco Peña

Soto

Javirroyo

Tamayo

Bernat Solsona

Cinta Villalobos

Sistema de Monos

Pobre señor el que manda en Gibraltar, un nacionalista inglés que se llama en español. Por los chanchullos políticos de siempre los que se joden son el pueblo. Pescadores sin poder pescar, gente que trabaja sin poder trabajar… Mientras, Excrementísimos Señores Pestilentes del Gobierno contando billetes. Luchando por una piedra. De los saharauis nada. Claro, allí sólo hay arena. Me cago en vuestras banderas.

Unos andaluces que nos gustan mucho tienen una canción que nos gusta mucho, aunque nosotros queremos dedicársela a los dos países. Pabellón Psiquiátrico canta «¡Mata un mono, mata un inglés!»: http://youtu.be/cxjxq_YlCYg

«Hay mucho capullo pa tan poca mariposa».

Ricken

Federico Montalbán

Gibraltar

Hoy he recibido buenas noticias. Estoy, por lo tanto, feliz. Me esfuerzo en ser un tipo previsible.

A principio de marzo de 2008 (ver La Opinión de Murcia), se realizó una redada, de tantas, en Espinardo, mi barrio. Entre los detenidos, hubo un mono. Al parecer, servía de correo. Igual llevaba un paquete de droga que una pistola sin enmarronar. Por lo que pude saber de él, era muy diligente. El mejor en lo que hacía, aunque lo que hiciera no fuera agradable. Más allá de juicios morales, quedé muy preocupado por la suerte de este primo lejano.

Quise saber de él, confirmar que le hubieran adjudicado un abogado, aunque fuera de oficio, que alguien le llevara fruta a la celda, que sus derechos estuvieran atendidos. Pero nadie me hizo caso. Me tomaron por histérico. Mis intentos por echar una mano al mono quedaron en nada. Sin embargo, no lo he olvidado en todos estos años.

Por fin, hace unos días, supe de él. Al parecer, el juez no quiso avenirse a razones y se empeñó en encerrarlo en la cárcel de Sangonera donde, como bien advirtió el fiscal, los barrotes no guardan la distancia adecuada para retener a un mono de pequeño tamaño. El animal se dio a la fuga según entraba en la cárcel y, con la ayuda de una red de amigos de los animales, consiguió llegar a Gibraltar, santuario para los suyos.

Según unas versiones, ahora es el cappo de una red de narcotráfico. Según otras, se ha retirado del negocio y se dedica a reflexionar sobre la vida y a comer plátanos contemplando la puesta de sol desde el peñón. La tercera versión es la que más crédito me merece: el mono está detrás de todo el tinglado que se ha armado en la roca. Me alegra saber que está tramando algo.

Iñaki San Miguel

Can Kente

Javirroyo

Juanfran Molina

Gibraltar

Desde muy pequeña le había parecido una palabra misteriosa. “Gibraltar”, susurraba cuando la escuchaba en la televisión o en boca de los mayores. Era como uno de esos regalos inesperados que aparecen de tarde en tarde: cuando estaba a punto de olvidarla alguien la pronunciaba y así volvía a sus labios por una temporada.

Un día le preguntó a su abuela cómo era aquel sitio, y ésta le respondió, tras dudar un poco, que dependía, que a veces parecía muy grande y otras muy pequeño. La verdad es que en el mapa sí que resultaba minúsculo. Acaso un lugar mágico, al igual que otros de significado enigmático para ella que por todos eran mencionados. Como La República, país con una bandera muy bonita que ella nunca acertaba a encontrar en su atlas; hasta que acertó a comprender que, según le explicaron, era el nombre que muchos querían ponerle a España.

Generalmente la imaginaba como una montaña puntiaguda, con una puerta chiquitita; otras, puede que por asociación de ideas, como un perfecto triángulo, o quizá un diamante tallado que no dejaba nunca de brillar.

Su abuela tenía razón, durante largos períodos nadie hablaba de ella, se convertía en una cabeza de alfiler, una mota de polvo casi perdida en el mapa, y en otros momentos crecía y crecía hasta ocupar media España. Entonces se mostraba ante sus ojos infestada de monos y de coches que avanzaban muy lentamente; plagada de empresas; inundada de lanchas, de cartones de tabaco, de cosas caras y difíciles de encontrar puestas al alcance de la mano, de banderas al viento, de verjas, de policías. En esas ocasiones se transformaba en algo pesado y metálico en sus labios, con un cierto regusto ferruginoso; la agobiaba, y unas veces la escupía y otras optaba por tragársela. Se volvía tensa y agresiva, encendía los rostros en la tele y provocaba manoteos y gestos chulescos; sonrisas como aquellas con las que los gamberros del cole fanfarroneaban en el recreo. Pronunciarla entonces era como subir unos escalones muy altos: GI-BRAL-TAR. Le resultaba tan fatigosa que, estando un día en casa con su atlas, mientras recorría el contorno de la península ibérica, notó un impulso al sentirla cerca y decidió taparla con un trazo firme.

Marc Fernández

Iñaki San Miguel