03/03/2021
by Lluís Segura
Son las ocho de la mañana de un lunes anubarrado cuando mi madre me lleva por primera vez al parvulario. Estamos en 1978 y tengo cinco años. El ambiente es tumultuoso, tres decenas de pequeños seres humanos llenos de mocos, con los codos y las rodillas resecas me rodean. Gritos, lloros, mordiscos y babas. Personitas desvalidas que tratan de entender que hacen tan lejos de sus hogares, en un manicomio infantil que huele a cera de colores.
De pronto entra una mujer de aspecto dulce y angelical, cargada con una bolsa llena de ropa. Nos habla a todos en un tono maternal, teatralizado, como si nos estuviera contando un cuento. Después saca de la bolsa un montón de batas estampadas con cuadritos azules y las reparte entre nosotros. A mí las batas me parecen ridículas, prefiero comer una crema de gusanos que ponerme un uniforme estampado como el babero de un bebé. Traumado (de por vida) me voy hacia un rincón con mi bata entre las manos mientras compruebo la felicidad con la que otros se visten con ella. Lloro, empezando una rabieta que promete ser antológica.
Es entonces cuando la mujer saca un montón de batas del mismo estilo, los mismos cuadritos estampados, la misma tela, pero con una importante diferencia: son de color rosa. Aunque es un rosa rancio y desteñido, el pequeño uniforme adquiere una luz espectacular. ¡Ahora sí! Lanzo mi bata azul al olvido y corro sonriente a por una de ellas. La mujer levanta la palma de su mano en mi cara.
—¡Stop! Ésta bata es para las niñas —dice con la máxima dulzura que puede contener un imperativo.
—¿Para las niñas? — pregunto descolocado.
—Para los niños la bata azul, para las niñas la rosa —añade con un tono tan maternal como castrense.
Escucho un zumbido en mis oídos, mi médula ósea se estremece, mi sistema inmunológico que había esquivado el “compórtate como un hombre y no llores” y el “jugar con muñecas es de niñas” se viene abajo, esta nueva cepa es muy potente, se extiende con una violencia y una rapidez inusitada, el rol perpetuo del patriarcado me acaba de ser inoculado y me contagia inevitablemente del fastidioso virus del machismo.
Etiquetas: #machismo #textos
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