07/05/2021
ENTRÉGAMELO AYER
Acuciado por las deudas y preocupado por el futuro de sus hijos, Ramiro Penedés había llegado a la triste conclusión de que su seguro de vida era la única posibilidad viable de recaudar dinero. Tras un primer intento infructuoso (“no vales ni para suicidarte” le dijo su mujer), Ramiro ideó un plan múltiple para asegurar el éxito de su empresa y, así, con la sonrisa del que hace las cosas bien por primera vez en su vida, se tragó todas las pastillas que tenía en casa y se lanzó desde un séptimo piso, abrazado a una motosierra en marcha, sobre la vía del tren, segundos antes del paso del AVE Barcelona-Madrid.
Si el gesto de Ramiro constituyó un acto de innegable nobleza hacia su prole (y acaso para el resto de la sociedad), para mí, simple empleado precario de Tanatopractoring SA, esta última voluntad suponía trabajar a destajo durante 48 horas para tratar de devolverle un aspecto presentable para su entierro, previsto para el miércoles a las 12 de la mañana.
Reconstruir el cuerpo no nos costó tanto, gracias a las habilidades de nuestro becario, el joven Vicente, gran aficionado a los puzles, al Tetris y a la pizza con piña.
Pero pronto nos dimos cuenta de que era imposible hacer que aquel rostro recuperara un aspecto ni siquiera aproximadamente humano. Y entonces empezó una lluvia de ideas cuyo contenido pasaremos por alto por amabilidad hacia el lector.
La inopinada aparición de nuestro jefe y su inapelable ultimátum (“O lo tenéis listo para el miércoles a las 10 o estáis todos en la calle”) nos colocó, como quien dice, entre la espada y la pared.
Ahora no recuerdo de quien partió la idea, pero ya estaba sobre la mesa: uno de nosotros se haría pasar por Ramiro ya que era mucho más fácil maquillar a uno de los tres empleados de la funeraria hasta conseguir un parecido razonable con el pobre desgraciado que tratar de acercar a ese amasijo de carne a una forma humana en menos de 48 horas. Lo resolveríamos por sorteo.
Y aquí me tienen. Conteniendo la respiración y aguantándome las ganas de rascarme mientras la familia Penedés al completo desfila a mi alrededor. Ahora que están cerrando el ataúd oigo a la viuda quejarse de que el generoso gesto de su difunto marido no ha servido para nada pues el seguro no cubre los suicidios. Pero me voy con la satisfacción del trabajo bien cumplido y a tiempo.
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