TANTO MONSTRUO

26/05/2021

Y al acabar siempre lloraba.

Pero apenas le había secado las lágrimas, me volvía a clavar el cenicero en la espalda. Nunca en la cara ni en ninguna parte que pudiera ser visible. La cara se la reservaba para las bofetadas.

Otras veces se ponía muy cariñoso, me preparaba la cena e incluso me hacía el amor. Cuando digo que me hacía el amor, me refiero a que me penetraba sin darme bofetadas al mismo tiempo.

Por las mañanas me abrazaba, me decía lo mucho que me quería y me recordaba lo afortunados que éramos por haber tenido dos niñas tan preciosas.

Las niñas.

Cuando me golpeaba, lo que más me preocupaba era que las niñas no me oyeran gritar. Así que me mordía las manos.

Por la intensidad de los golpes yo ya podía adivinar a qué grado de humillación había sido sometido en la oficina.

A Iván, el del tercero, lo conocí tontamente, en el ascensor. Como en una mala película americana.

– ¿Qué te ha pasado en la mano?

– Me mordió un perro.

Cuando se rió, se le iluminó la cara. Yo no sabía que tanta alegría y felicidad podían caber en la cara de un adulto. Enseguida quise formar parte de esa cara.

Iván tenía dos manos. Con ellas me recorría el cuerpo cada tarde, enseñándome partes de mí que no recordaba. Luego me iba a por las niñas y esperaba a Ernesto.

Una de mis pequeñas venganzas consistía en besar a Ernesto con el sabor del semen de Iván todavía en la boca. Ahí me volvía a correr.

A Iván traté de ocultarle lo que ocurría en casa. Aunque follábamos siempre a oscuras, un día vio un moratón demasiado grande como para que yo pudiera improvisar un pretexto creíble.

Iván no solo me dijo que nuestra relación tenía que acabar sino que incluso se mudó sin dejar señas. Qué habrá sido de él. Que verá en el espejo.

Ahora que estoy muerta, la verdad es que no me importa demasiado.

Lo único de lo que me arrepiento es de no haberme llevado conmigo a las niñas y alejarlas así de tanto monstruo.

 

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