EL COJÍN DE LA SELECCIÓN

11/06/2021

Mi bandera sabe a sangre. Cuando el sábado vuelvo a casa borracho después de haber buscado sin éxito a alguien con quien pasar la noche, agarro mi bandera y me meto una punta en la boca. Es un ritual que suelo repetir para luchar contra el insomnio. A veces la huelo y pienso en Hernán Cortés. La huelo y pienso en todos esos salvajes que hemos masacrado. Y entonces empiezo a masturbarme.

Lloro en mi bandera y pienso en todas esas zorras que no han querido acostarse conmigo. En esos negros inútiles que nos quitan el trabajo, en los malditos chinos que nos lo venden todo, en los putos alemanes que nos ganan siempre en el Mundial.

Está prohibido lavar una bandera y la verdad es que la mía ya está acartonada de tantas cosas que le he metido. Pero mi bandera no se lava sino que es ella la que lo limpia todo: mi sueldo de mierda, mi barrio de mierda. Mi soledad.

A veces pienso en la suerte que he tenido por haber nacido aquí. Un poco más y nazco en Portugal, qué asco. Y lloro de rabia cuando pienso en esos putos rojos maricones que no saben apreciar su suerte. Les daría una buena tunda con el bate de béisbol. Pero ya estoy gordo y esos cabrones están en forma.

Cuando voy a la residencia a ver a mi madre, me pregunta que cómo estoy. No sé qué decirle y ella se enfada. Me dice que soy facha por cobarde, porque no sé enfrentarme al mundo, que si odio tanto es porque me tengo que agarrar a algo para no sentirme inferior.

Qué va a saber esta vieja loca roja.

Un día de estos me traigo mi cojín de la selección y la asfixio.

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