15/06/2021
by Lluís Segura
Al principio mi patria fue mi familia, mi habitación, mi casa. Luego fueron mis amigos, mi escuela y un país. Al hacerme mayor descubrí que mi patria se hacía grande si tomaba el autobús, enorme si cogía un tren, inabarcable si tomaba un avión. Al final la Tierra se me hizo pequeña y abandoné la estratosfera con la imaginación para descubrir que mi patria era infinita porque era el Universo.
Algunos querían que mi patria fuera algo limitado: Un territorio, una lengua, una cultura.
Les aconseje con vehemencia que fueran a la contra-escuela, que se esforzaran en desestudiar y desaprender. Así, podrían deshacerse de las fronteras, del territorio, de los linajes, las castas, las razas y las propiedades. Que toda la sangre es roja y que la Tierra es un regalo.
Me discutí con los patrióticos que inventaban enemigos para reafirmarse en su grupo y con todos aquellos que despreciaban, expulsaban y combatían a los que no eran considerados de los suyos. Me sublevé con los que creían que su patria era la única y la mejor. Amar el lugar al que perteneces está bien, pero no es necesario convertir ese amor en una guerra.
Fracasé.
Volví a casa, abatido y fatigado, y entonces me di cuenta de que yo también estaba equivocado. Descansé mi cabeza en el recoveco que hay entre tus pechos, me acariciaste con tus palabras y me acunaste con tus manos para que me durmiera. Entonces comprendí que el calor de aquel rincón de tu cuerpo era la patria.
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