Me han vuelto a llamar los de la asociación pero esta vez tampoco he contestado. Llamadas y centenares de whatsapps de ánimo. Mensajes de apoyo, de esperanza. Optimismo, unión, solidaridad, todas esas mierdas.
Como si no me molestara ya lo suficiente que los homosexuales tengamos que tener una sensibilidad especial, que tengamos que ser alegres y graciosos, o sea inofensivos.
A Puccini lo va a escuchar tu padre.
No me gusta Abba, no me gusta bailar, no me gustas tú.
No me gusta tener que identificarme con gente que no conozco sólo porque tenemos la misma tendencia sexual.
Y sobre todo no me gusta tener que tragarme todo esos discursitos optimistas y humanistas. Y menos si se hacen en mi honor.
Ya han pasado tres días desde la paliza y algunas heridas no acaban de cicatrizar. Me duele mover la cara, me duele pensar.
No quiero sonreír, no quiero que nadie me abrace y sobre todo no quiero ser el símbolo de ningún movimiento liberador
Sólo pasé por la calle equivocada.
Cuando cuatro tipos te están machacando, todo desaparece.
No hay Mozart, no hay Lorca, no hay Voltaire, no hay Miguel Ángel. Como si 3000 años de civilización desaparecieran de golpe y volviéramos a lo más básico del ser humano.
Si oyes que los huesos te crujen, te das cuenta de que todos los relatos que hemos inventado no son nada. Somos huesos antes que poesía.
La música no sirve de nada, ni la poesía, ni las buenas intenciones.
Así que nada de orgullo.
Reivindico mi derecho a la derrota, mi derecho a lamerme las heridas en paz.
Ya no quiero luchar.
Me apagaré poco a poco.
Y luego me iré.