Al borde del barranco

12/07/2023

La naturaleza de los animales en muchas ocasiones me aterra. Hay una imagen que frecuentemente se me viene a la mente: una enorme estampida de ñus, que siguiendo su impulso innato de continuar el rumbo del que le precede, acaba por precipitarse al fondo de un barranco. No sé de qué trauma vendrá esta imagen, pero quiero pensar que esa situación brinda a cada uno de estos condenados animales unas vistas magníficas antes de morir.

Yo soy garabatista, redactor y ahora mismo me siento un poco ñu. Al borde de un precipicio empujado por una mole de precarizados jóvenes que ven sus futuros peligrar a causa de la inteligencia artificial, un enemigo al que nadie es capaz de poner cara. En ambos gremios ha renacido un espíritu de odio dirigido, una concentración de rechazo de cotas altísimas.

Asomado a este barranco y haciendo uso de ese último lapso de memoria antes de estallarme contra alguna piedra me he puesto a pensar. Esta aversión hacia una entidad que roba el trabajo de forma masiva no es nueva: las máquinas de vapor, las cámaras fotográficas, los ordenadores, los robots y ahora las inteligencias artificiales. Atónito miro a todos mis compañeros de profesión en nuestros últimos momentos de caída, pero sigo pensando, aún no estoy muerto.

En mi caida, que ya comienza a hacérseme un poco larga, continúo reflexionando: ¿Acaso el eslogan de “vienen a quitarnos el trabajo” se ha usado únicamente para amedrentarnos con el último avance de la tecnología? De nuevo, perplejo, me percato de que no. Desde hace años se señala a gente que viene de extramuros como ladrones de empleo y tropecientas tropelías más. “Qué sinvergüenzas, adentrarse en nuestra añorada nación para quitarnos aquello que nos permite ser libres”, pienso para mis adentros. Ahora sí, de cabeza, toco fondo. Resulta que está blandito.

Al cabo de un rato, entumecido, consigo abrir los ojos. Me percato de que no es el Más Allá porque todavía tengo cobertura y trato de salir al exterior. Una vez fuera lo entiendo mejor, en esta estampida nadie seguía a nadie, todos huíamos tratando de no perder el curro y al final estamos donde querían, pastando en una nueva llanura suya, pero un poco más abajo, huyendo de nuestros homónimos del extranjero y de la tecnología, no fuera que en ellos encontráramos respuestas a algo.

Arriba, donde hace unos instantes contemplábamos las maravillosas vistas que nos ofrecía la sensación de una muerte inminente, algunas personas trajeadas hablan con números. Lo cierto es que no entiendo qué dicen, pero estoy seguro de que se sienten orgullosos de lo que han conseguido. Al final resulta que no era ni a los inmigrantes ni a las inteligencias artificiales a los que había que temer, era a los que decidían elegir la opción más deshumanizadora como forma de empleo. En fin, seguiré pastando que es lo único que me hace libre. La naturaleza de los hombres en muchas ocasiones me aterra.