LA ORGÍA DEL NUEVO MUNDO

12/04/2021

by Lluís Segura

 

La incertidumbre es un hijo bastardo del miedo, hermanastro de la angustia. Una sensación perturbadora que nos incita a querer saber qué nos espera en el futuro. Supongo que la inventó un homo sapiens una noche, en la que muerto de frio, mirando la luna pensó: ¿Volverá a salir el sol?

La incertidumbre existe solo cuando hay falta de control. Tenemos miedo de lo que nos va a pasar porque no somos nosotros los que controlamos lo que nos va a ocurrir. Que el destino nos manipule a su voluntad forma parte del juego de nuestra existencia: terremotos, plagas, muerte súbita, orzuelos…Pero lo que no convierte en seres altamente desgraciados es que seamos manipulados por nuestros semejantes.

Desde que empezó la pandemia nos hemos convertido en ciudadanos a la espera de una nueva orden, soldados obligados a acatar las instrucciones sin rechistar, aunque sean absurdas, contradictorias o nos lleven a la ruina.  Es por eso que sentimos tanta incertidumbre. Nuestra salud, el trabajo, las vacaciones, están en manos de aquellos que deciden lo que tenemos que hacer. Ahora puedes abrir tu negocio por las mañanas y pedir una moratoria en los días impares de cuatro a cinco de la madrugada, ahora puedes juntarte con familiares cuyo nombre empiece con consonante, siempre y cuando sea luna llena y tu población sea menor de diez mil habitantes. Harás lo que se diga porque lo dice la ley, la sanidad y el orden. Tú no decides tu vida, te la deciden.  ¿Y cómo nos afecta eso? Con una profunda incertidumbre. ¿Y cómo se puede luchar contra ella?

La solución no va a gustar a todos, quizás sea un pelín radical. La única manera de tomar el control es tomando el control. Quedamos todos en la playa. Sí, todos. Una multitud bestial. Algo parecido a aquellas manifestaciones por la independencia o cuando gana el equipo de futbol de turno. Pinchamos música techno a todo trapo y a la de una, dos, tres, ¡Bum! Nos desnudamos (mascarillas incluidas por supuesto) y nos enrollamos todos con todos. Nos morreamos a boca abierta, nos lamemos, nos chupamos, nos enredamos en una inmensa masa de carne, tratando de compartir todos los fluidos posibles, en una orgía tan inmensa como lubricada. Después de cinco o seis horas de fiestón sexual inolvidable, volvemos a nuestras casas con la seguridad de que los que tengan que contraer el virus lo contraerán y los que no, ya no hay quien se lo pegue. Sí, habrá algunas bajas, quizás muchas, pero a partir de ese día no tendremos que obedecer al amo de la sanidad y el orden, porque ya no lo necesitaremos y habremos tomado el control. Entonces la incertidumbre habrá desaparecido. La verdad, honestamente, creo que vale la pena.

 

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