LA EDAD MEDIA

01/02/2022

BY LLUÍS SEGURA

 

Llegose al castillo (después de años de espera) un campesino a fablar con su señor.

 

—Mi señor pedirle un favor quería.

—Dime siervo mío.

—Me agradaría laborar en el campo por mi cuenta.

—Muy interesante paréceseme.

—Me placería sembrar mi tierra y distribuir mis productos sin que sus otros vasallos se quedaran todas mías ganancias. Y más ahora, que la peste negra causa estragos y el carbón y la leña, que usted vende, hubieron subido tanto el precio.

—¡Paréceme estupendo! ¡Una gran idea!

—¿En serio parécele bien a mi señoría? ¿No me va a tirar al foso? ¿No me va a torturar? ¿No me va a cortar la mía cabeza?

—No hay nada pues tan bonito como el vuelo de una alondra en libertad.

—Alabado sea su excelencia por su inmensa justicia.

—¡Qué Dios te ilumine el camino! ¡Ah! Una minucia: A partir de ahora en lugar de ofrecerme un diezmo, me darás la mitad de tus ganancias; tendré derecho de pernada de tu mujer, de tus dos hijas y de ti; también dejarás de tener acceso al matasanos, al dentista y dejará de protegerte la guardia de seguridad. ¡Ah! Y quedáreme también un par de vacas, cuatro cerdos y tres gallinas.

—Pero, mi señor, entonces no me saldrá a cuenta, no podré mantener a mi familia, moriremos de hambre y de tiritera. ¡Qué será de nosotros!

Los ojos del campesino brillan llorosos. El señor feudal lo mira en silencio, pensativo. Y luego dícele:

—¡Siguiente!

 

 

 

BY LLUÍS SEGURA