12/12/2012
Ser compañero de piso es muy raro. El compañero de piso es una especie en evolución que comienza siendo un extraño y va convirtiéndose en un familiar insoportable. Una especie que va proliferando cada vez más gracias a la lamentable inaccesibilidad a la vivienda que sufrimos. Lo bueno que tiene es que conoces gente y olores diferentes. Como en la cárcel.
Javirroyo
Anuncio clasificado
—¿Está segura de que quiere publicar esto, señora? —dijo el hombre cuando leyó el papelito que tenía escrito el anuncio clasificado.
—Hombre, pues sí, para eso se lo he dado —casi le hizo dudar de su buena letra, tomó el papel, revisó el texto y se lo devolvió—. ¿Le parezco el tipo de persona que no se piensa bien las cosas?
—Pues más bien del tipo que se las piensa demasiado —le contestó el hombre mirándola con los ojos redondos como si fueran dos huevos fritos y la ceja derecha formando un arco más alto que la otra.
—A ver, yo fácil no soy…
—No, bueno, eso ya me quedó claro.
—Y ustedes cobran por palabras. Así que creo que he resumido a la perfección lo que quiero desde lo que puedo ofrecer.
El hombre comenzó a tipear en su ordenador el texto del papelito sin bajar la ceja, como si no pudiera evitar dar su opinión, aunque fuese por señas.
—¿Usted ha compartido piso alguna vez? ¿Ah? Seguro que no…
—Alguna vez, señora, sí —le dijo el hombre dirigiendo los huevos fritos hacia la mujer como si se los fuera a estrellar en la cara.
—Pues sepa que yo me acuerdo claramente de todos y cada uno de los compañeros de piso que he tenido… joder, es que esto de no tener con qué pagar el alquiler de un piso entero es terrible: convivir con el resto de la humanidad se me hace francamente inhumano.
El funcionario no agregó nada más y siguió escribiendo. Su silencio encendió la imaginación de la mujer y avivó el monólogo:
—Vamos a ver, ¿es que tengo que aguantar manías que no encajan para nada con las mías? Cuando compartía espacio con Clara, cosa que me pareció una excelente idea en un principio dada su aparente dulzura y bondad, terminé odiándola con todas las fuerzas de las que he sido dotada (por dios o por quien sea, que eso francamente me da igual). ¿Y David? ¡Menudo era él! Hay gente que no entiende de límites, ni de fronteras ni de nada. Menos aún de repartición de espacio en la nevera o cajones de la cocina… ¡pero si hasta la sal la compraba yo!
El hombre, cuyos huevos parecían a punto de estallar en la sartén, tomó un papel recién salido de la impresora y, después de cobrar el importe del anuncio, le entregó un recibo y añadió: «suerte».
La mujer leyó el documento, verificó que los datos fuesen correctos y que su anuncio estuviese bien escrito: «Neurótica alquila habitación. Abstenerse descomplicados».
Yo, en realidad, no quería compartir piso. Me había costado mucho llegar a vivir solo y llegué a pensar que sería una situación definitiva. Pero, qué os voy a contar, que si la crisis, que si los recortes, que si los EREs. Sigo trabajando en la redacción de la revista pero con un sueldo de mierda. Bueno, sueldo de mierda era lo que tenía antes. Ahora no llega ni para eso. De ahí lo de compartir piso.
No llegué a poner ningún anuncio ni a entrevistar candidatos. Un compañero de la redacción buscaba dónde vivir y le ofrecí una habitación en mi piso. Era un tipo callado, gordo, barbudo, ligeramente maloliente pero la convivencia fue fácil, al menos al principio. Debería mencionar ya que bebía como un demonio y que como tal escribía.
Una noche llegué a casa, cansado y de malhumor, nada nuevo bajo el sol, y me encontré a un desconocido en la cocina. Era como mi compañero de piso pero asalvajado. Tenía cierto aire literario que me desconcertó. Empezamos una conversación absurda que me llevó, no sé cómo ni por qué, a decirle que si acaso se creía Kuntz para tener esos aires prepotentes. Me respondió que efectivamente lo era. En ese momento, perdí los nervios, y le lancé un puñetazo. Puñetazo que no llegó a ninguna parte porque no se puede golpear al producto del delirium tremens de un borracho.
Resultó que las alucinaciones de mi compañero de piso eran remoandaluz.es/servicio-medico/comprar-cialis-online siempre personajes de ficción y que yo, a buena hora, podía verlos. Entablé conversaciones con Raskolnikov y con Emma Bovary. Hasta tuve unas palabras con Bartleby. Supongo que ese era parte del secreto de la capacidad de mi compañero para escribir como escribía. Daba igual que le encargaran la crónica de una corrida de toros o la redacción de una necrológica, le bastaba un epíteto bien puesto para fulminarte en el acto.
Últimamente, toda esta locura ha tomado un nuevo cariz. Antes, los personajes acababan por esfumarse pero ahora se quedan. Carvalho se ha instalado definitivamente en la cocina, Ahab se pasa el día en la terraza oteando el horizonte en busca de ballenas, no hay quien saque a Ignatius J. Reilly de mi cama, un personaje que no acabo de situar de Murakami agota el agua caliente día sí y día también dándose unos baños de escándalo y así un largo etcétera. Vivo en un etílico y libresco camarote de los hermanos Marx y ni siquiera se dignan a echarme una mano cuando tengo que redactar algún artículo para la revista. No sé a dónde iremos a parar.
Parc & Mau (Marc Torices y Pau Anglada)
El Rey del 4º derecha
Mientras me dirigía al apartamento no pude dejar de pensar en él. Edu era un arquitecto de éxito, un esteta con pretensiones. El estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis económica le afectaron de pleno. Habitaba un amplio piso de soltero situado en el centro de la ciudad, el templo de su ego, que incluía un inmenso salón que albergaba la cocina, un baño de generosas dimensiones y dos habitaciones grandes, una utilizada como despacho y la otra como dormitorio con vestidor. Tras mucho tiempo sin recibir encargos, empezó a tener dificultades para llegar a fin de mes y para pagar el alquiler de su fastuoso apartamento. Decidió no confiar a nadie su situación real; sopesó la idea de cambiar de vivienda, pero su orgullo se lo impidió. Había soñado toda su vida con abandonar su barrio e instalarse en el centro. Jamás volvería atrás. Se le ocurrió una solución transitoria aprovechando esa penuria que a él le acechaba: realquilaría, incumpliendo su contrato de arrendamiento, la habitación del despacho. La cosa salió bien, el nuevo inquilino pagaba religiosamente y aceptaba todos los extras que la codicia de Edu maquinaba. Dadas las circunstancias, pensó que podría hacer un poco más de dinero, así que alquiló una cama en una esquina del amplio salón, separándola con biombos. Como nadie ponía pegas y todos estaban encantados de vivir en el centro, los biombos proliferaron por toda la casa, dejando el salón reducido a un sofá y una tele casi pegada a las narices. Todo se encareció paulatinamente, usar la cocina costaba una cantidad según tiempo y hora de uso, así como el baño, la lavadora se puso por las nubes, y los estantes del gran frigorífico eran algo inalcanzable para la mayoría de inquilinos. Los gastos comunes se repartían por un curioso método que incluía intereses leoninos y castigos ejemplares cuando no eran satisfechos. Tras convencer a sus huéspedes de que no abandonasen su nivel de vida, les hacía préstamos con intereses abusivos y penalizaciones incruentas, que más de una vez acabaron con alguno en la calle tras perder su ropa y objetos de valor. Edu, cada vez más alejado del mercado laboral, disfrutaba en su pequeño reino y ahorraba para retomar la agitada vida social que llevó en tiempos. A pesar de no ser propietario, en una reunión de la comunidad de vecinos, tirando de todo el carisma que pudo reunir y de su condición de arquitecto que tuvo nombre, se comprometió a gestionar y coordinar todos los trabajos de mantenimiento y limpieza del edificio, que descargó en sus chicos, la mayoría a cambio de un techo, sin derecho a espacio en el frigorífico ni llave y con dos duchas semanales algunos. Coincidiendo con esta tímida expansión, la economía general empeoraba y las necesidades acuciaban. Así las cosas, el rey del 4ºD, siguió echando gente, quedándose con sus cosas y atrayendo otros inquilinos, mediante discretos y estratégicos anuncios, que ya eran directamente mano de obra barata. Numerosos inmigrantes sin recursos, estudiantes sin becas, empresarios arruinados, parados y divorciados se contaban entre sus víctimas; y entre los sospechosos, me dije, mientras fotografiaba los biombos.
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